lunes, 4 de mayo de 2015

Éxodo: El arte contemporáneo


Saludos,

Este bastón hebraico y recio, firme como el callado de un guía, heroico en su grosor, terroso en sus matices cromáticos, me da hoy la oportunidad de hablar de mi percepción acerca del arte contemporáneo.

 Con absoluta convicción pienso y creo que el arte contemporáneo está atravesando una etapa tumultuosa. Con "arte contemporáneo" no me refiero a todo el arte que se está haciendo hoy día, sino el arte aplaudido, el arte encumbrado, el arte que podemos contemplar en las plantas inferiores del MOMA o en la exposición ARCO de Madrid.

El primer problema de este arte es el sistema de valoración en el que se ha visto integrado. Críticos y marchantes disponen qué está y qué no está de moda, aceptando la originalidad como punto fuerte de la obra en cuanto a que no se haya hecho antes nada parecido. La pretensión de estos nuevos artistas, en palabras de Kahnweiler, es producir una "estupidez que no se parezca a las demás estupideces". Conforme a estos criterios, valorando lo que es nuevo en cuanto a que es nuevo y no necesariamente bueno, se le adjudica un precio de mercado que será el que determine el prestigio de la obra.

Muy atrás queda la maestría en la técnica, si bien es cierto que la esclavitud de la técnica queda afortunadamente proscrita tras la muerte del realismo por el nacimiento de la fotografía. También es en este tiempo cuando, liberados de la representación, el arte pasa a ser símbolo y visión. El paso del símbolo al icono es el segundo gran problema del arte contemporáneo, cuando se sustituye el valor estético de la obra como tal por un valor conceptual inaccesible, herméticamente encerrado en una obra que no lo simboliza, sino que lo iconiza.

Este valor conceptual no reside en la obra en sí, sino en su explicación. Ante un cuadro en blanco o un traje colgado en la pared de un museo, cuestiones poco sugerentes, se nos sugiere una gigantesca meditación trascendental que es la que justifica la obra, y de la que la creación en sí no es más que una etiqueta, el recuerdo gráfico del hermético significado que el "artista" explica. Desde mi humilde visión, el arte no debería ser explicado. Si bien es cierto que es necesario educar el paladar para apreciar ciertos sabores, una obra que precisa de una extensa explicación de 50 páginas y que no tiene ningún tipo de valor sin ella no puede ser considerada arte gráfica. Es un ensayo con la portada por separado.

Mi visión puede estar sesgada por mis últimas lecturas, que incluyo a continuación para más bibliografía y una explicación más profunda y madurada de las ideas expuestas. La letra pintada de Tom Wolfe y Las claves secretas de las vanguardias de Ángel Escárzaga.

Atentamente,
Lechoncito Phil

sábado, 2 de mayo de 2015

Génesis: Belleza y placer


Saludos,

Poder comenzar esta odisea narrativa con un bello ejemplar de "cantimpalo" recién fotografiado representa una meta vital cumplida para mí. Observen que al seudochorizo solo le falta un cordel que una sendas puntas para poder ser colgado y posteriormente degustado, aparentemente inadvertido entre los chorizos reales que esperan la inevitable deglución.

Solo a un tema puede conducirme la contemplación de una obra (es obra por haber sido obrada) tan delicada como esta: La belleza es un concepto que escapa a las perífrasis del lenguaje, por elaboradas que estas sean, que permitan algún tipo de definición racional susceptible de clasificarse. De esta manera, disciplinas tan amplias como el arte, de las que la belleza constituye una parte primordial, quedan flotantes e indefinidas en el caldo de nuestro imaginario común. Mas no por ello deja de aparecérsenos clara la idea de lo que es belleza, lo cual significa que el concepto no es inaprensible, sino que simplemente escapa por uno de los huecos lógicos que se producen entre las carencias del lenguaje y la inabarcabilidad factual en los silogismos. Es decir, es aprehensible, pero por vías no lógicas.

Mi explicación de este fenómeno, cefalea de los enciclopedistas, es que la vía por la que se nos hace presente la belleza es una cuestión más sensorial que lógica. Espero estar explicándome, con sensorial no me refiero a que se distinga por llegar a nuestro cerebro a través de los sentidos, sería una obviedad. Nosotros, cráneos aislados precariamente enlazados con el mundo por conexiones más o menos nerviosas, solo tenemos ese medio para recabar información. Me refiero más bien a que la belleza, lejos de ceñirse a una colección de parámetros circunstanciales medibles, penetra en nuestro ser a través de una sensación, de una emoción. Desde mi humilde punto de vista, esa emoción es el placer. Existen muchos tipos de placer, desde el que nos produce una buena comida hasta el placer punzante y amargo de una tarde melancólica. En la cuestión de la belleza y el arte, el placer sería como un estremecimiento ante algo que nos trasciende, cierto gozo ante la contemplación o degustación de una obra, un gozo inclasificable que se asocia bastante al concepto de lo sublime, un paso más allá de lo que pensamos o creemos, algo que es grande e inexplicable a la vez.

Desde este punto de vista, en la que el placer está tan estrechamente unido a la belleza, la función del arte es clara: Educar nuestras sensibilidades para que sean receptivas al placer, ablandar nuestras carcasas de forma que puedan ser penetradas por el impulso arrollador de una belleza que nos conmueva. El arte tiene la función de enseñar a deleitarnos con la vida, a saborearla, a educar nuestros paladares para poder encontrar esa gama de matices indefinidos en la que solazarnos con gusto. El arte sirve para aprender a vivir esta vida percibiéndola de una forma en la que merezca ser vivida.

Atentamente:
Lechoncito Phil